{jcomments on}Todas las tradiciones espirituales tiene su equivalente al Jardín del Edén.

Nuestra psique se ha acostumbrado a entender la vida en la tierra como una lucha para sobrevivir en medio de la escasez.

Pero ese no es nuestro destino.

Nuestro destino, nos dice Aïvanhov, es brillar como el sol.

Volvemos al símil del diamante: está dentro, pero está abandonado, lleno de polvo.


Cuando se descubre y se limpia, empieza a brillar…

Entonces “nuestras células cantarán” y allá por donde pasemos se oirán melodías celestiales.

Hoy pasa con algunos niños y mayores, cuya presencia es un perfume.

Los árboles, en primavera, se visten de hermosas galas. Nos invitan a seguirles.

«Pensar en el futuro se limita, para la mayoría de la gente, en preguntarse cómo será su vida en diez años, veinte años… cincuenta años. Pues bien, ¡es muy poco! Estas son preocupaciones demasiado próximas y sin gran interés. El verdadero futuro de los humanos, el único por el que vale la pena preocuparse, es el de que algún día brillarán como el sol, que su presencia perfumará la atmósfera, que se sentirá el perfume de su alma, y que por allí por donde pasen se oirán melodías, sinfonías, pues todas sus células cantarán.

Cada día, durante algunos minutos al menos, imaginaros ese futuro lejano y, de repente, recuperaréis la esperanza, el valor y la vida. Es la fe en este futuro magnifico lo que hará de vosotros un ser nuevo. Por todas partes oímos pronunciar la palabra «nuevo»: una nueva filosofía, una nueva ciencia, una nueva época, una nueva era, un nuevo tipo de hombre. ¿Pero cómo podemos imaginarnos que la humanidad será algún día nueva, si no trabajamos para este sublime futuro?»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: árboles en Atlanta el 24-4-13 (Olga Maria Diego)