Hoy se nos habla de entrar en nosotros mismos para encender la luz.

Es un símil muy adecuado: la luz está apagada y hay que encenderla.

La luz de la que hablamos es la luz del alma.

Cuando vivimos exclusivamente en la personalidad, esa luz permanece apagada.

Es una luz incompatible con todas las demandas del ego.

Es una luz que se apaga cuando las luces de neón alrededor brillan al máximo.

Pero ahí está la luz interna, esperando de nosotros que la cuidemos para que no se apague.

Al principio es muy tenue, frágil, delicada. Hasta que un día, una vez encendida, ya nunca se apaga.

«Si os sucede que durante la noche un ruido os despierta (el teléfono que suena, un objeto que cae, una ventana mal cerrada que da golpes, alguien que llama a vuestra puerta), no os precipitáis en la oscuridad para enfrentaros a esta situación. Instintivamente, lo primero que hacéis es abrir la luz para ver. Pues bien, este comportamiento prudente, debéis también tenerlo en cualquier circunstancia de la vida.

Sí, en cualquier circunstancia debéis empezar por encender la luz. Y encender la luz significa no precipitarse para actuar, sino entrar en uno mismo y pedir ayuda al Cielo con el fin de encontrar las mejores soluciones. Si no tenéis esta luz, iréis a derecha, a izquierda, llamaréis a toda clase de puertas, intentaréis diferentes medios, pero en vano. No olvidéis nunca que lo esencial, es saber encender la luz en vosotros; gracias a ella evitaréis muchos daños y pérdidas de tiempo.”

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: niños en la sala de espera del dispensario de salud de Pilkhana, del programa Colores de Calcuta, 3 febrero 2012