Los seres humanos buscamos la riqueza aquí en la tierra.

Contar con medios es bueno, nadie lo pone en duda. Y cuando estos medios se ponen al servicio de una causa mayor, riegan la tierra de posibilidades, de progreso.

Pero nuestro patrón de pensamiento sigue enfocado en la posesión, en el ganar al precio que sea.

El paradigma en el que nos educamos es el de la escasez, que imprime en la psique la necesidad de luchar por unos recursos escasos.

Pero el Cielo es vasto, infinito, nos dice Aïvanhov, y nos anima a entrar en esa inmensidad.

Los que miran arriba, los que se conectan con lo Alto y con su ser superior, reciben unas riquezas que nunca caducarán.

Estos son realmente los millonarios en la tierra: aquellos capaces de ver al Señor en todas partes, desde la consciencia del alma.

Reciben la mayor energía cada vez, una energía que limpia, purifica y se lleva todas las dudas.

Hoy se nos propone pues vivir en la abundancia, confiando en las leyes inquebrantables del mundo divino.

Ser ricos… Ciertamente, ¿quién no desea la riqueza? Sólo que no es tanto la riqueza material la que es deseable buscar, porque para ello siempre deberemos en mayor o menor medida despojar a nuestro vecino o a un competidor, o incluso cometer algunas transgresiones. La tierra está limitada, el espacio está limitado, los recursos son limitados; siempre es por tanto a expensas de los demás que nos enriquecemos. Y nada dice que algún día logremos sentirnos verdaderamente satisfechos.

Así pues, no busquéis tanto la riqueza en el lado de la tierra. Mirad hacia el Cielo: ¡es tan vasto, inmenso e infinito! Siempre podréis extraer algo de ahí sin menoscabar ni un ápice esta inmensidad, este océano inagotable, ni perjudicaréis los intereses de nadie. Y una vez os hayáis enriquecido, aunque distribuyáis estas riquezas espirituales a los demás, no os empobreceréis, sino que viviréis siempre en la abundancia.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Foto: Pinki, niña residente en Anand Bhavan, con su sobrino, primavera 2010