{jcomments on}Nuestra mirada al mundo puede tener muchas formas.
Hay miradas de enfado, de dolor, de irritación, de indiferencia, de aburrimiento, de odio.
También hay miradas inteligentes, alertas, despiertas. Y dentro de éstas hay muchas categorías: las generosas, las astutas, las acogedoras, las excluyentes.
Los modos de las miradas humanas son muchos, si.
Pero hay una mirada que nos acerca a nuestra dimensión divina: es la mirada del amor.
Es la mirada de alma a alma, que va más allá de la superficie.
Es un trabajo oculto y no tan oculto, de una potencia que desconocemos.
Produce dentro una alineación de todas las células a un punto común, y como consecuencia una gran armonía.
No puede impostarse ni improvisarse, puesto que requiere primero que asumamos la consciencia del alma y es curativa, tanto para el que la emite como para el que la recibe.
Y la mirada que nosotros emitamos al mundo construye nuestro mundo.