Cuando encarnamos en la materia, los seres humanos olvidamos de dónde venimos.
Poco a poco el mundo mágico del niño, que todavía tiene conexión con la región del espíritu, va quedando olvidado y sellado.
La educación humana incide con mayor fuerza en ese olvido y el ser humano se adapta como puede a un mundo de escasez y dolor.
Pero un día hay una añoranza, un hilo, y el Ser recuerda de dónde viene.
El hilo puede seguirse, y nos lleva a las regiones sublimes del alma y del espíritu.
Desde ese día el camino ya no está oscuro, brilla una luz, hay una presencia.
Empieza el camino de vuelta, el sendero hacia la plenitud.
Cada día el mundo divino nos habla. ¿Sabemos escucharlo?
«La plegaria, la meditación pueden aportaros un sosiego, pero también una extraordinaria sensación de plenitud. ¿Por qué? Aparentemente, no habéis recibido nada, y sin embargo os sentís colmados como si os hubierais alimentado, saciado; y si sabéis cómo conservarla, esta sensación no os abandonará.
En este «restaurante» del alma y del espíritu, no es como en el plano físico, en donde cada día estáis obligados a comer para no sentiros hambrientos y sin fuerza. El alimento que tomáis en las regiones sublimes del alma y del espíritu, pueden colmaros durante días y días. El mundo divino contiene elementos de tal riqueza, de tal luz, que si conseguís probarlos al menos una sólo vez, sabréis lo que es vivir en la eternidad.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: costa alicantina, junio 2013 (Jaime Blanco){jcomments on}