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Decíamos hace unos días, a propósito de la Calle del Profesor Juan Iglesias, que sin la dimensión espiritual, el mundo es un lugar oscuro e inhóspito, un infierno en la tierra.

Ese infierno puede tomar muchas formas, como una serpiente de múltiples cabezas.


Conocemos ya muchas de esas formas, por referencia o por experiencia.

Con la mayor humildad, el ser humano debe buscar su centro.

En ese centro está el despertar a la naturaleza divina y el inicio del camino de regreso.

Mucho alrededor —en particular la televisión basura y lo banal— conspira para alejarnos de nosotros mismos hasta dejarnos vacíos y exhaustos.

No hablamos de religión. Hablamos del hogar interior de cada cual, hoy abandonado y lleno de maleza.

La humildad y el silencio nos llaman para curarnos.

«Un día, después de una lectura o de encontraros con alguien, decidís cambiar de vida y abrazar la vida espiritual. Pero no por ello dejaréis fácilmente de lado vuestras preocupaciones materiales: el dinero, la posición social, los honores, el poder… Es necesario que seáis conscientes de ello, que os observéis atentamente, si no, no comprenderéis las verdades de la Ciencia iniciática, no tendréis una idea clara del camino a seguir, y no haréis ningún progreso.

Evidentemente, como estáis en la tierra, nadie puede exigir de vosotros que abandonéis cualquier ambición o todo deseo de posesión, pero debéis tratar de armonizarlos con la vida espiritual. Para ello, existe una cuestión esencial que debe ser solucionada: la de los objetivos y medios. En vez de tener por objetivo el dinero, los poderes, la gloria y utilizar la Ciencia iniciática como medio para lograrlo, debéis hacer lo inverso: tener por ideal la vida divina y poner a su servicio todo lo que poseéis, facultades, fortuna, posición social. Entonces, sí, progresaréis verdaderamente.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta