Nos habla hoy Aïvanhov de la voz del silencio.

El ruido de la personalidad es muy intenso, y abarca el mundo externo y el interno.

Cuando hacemos el silencio, creamos un espacio para que hable el alma.

El discurso del alma es muy distinto al de la personalidad.


(La personalidad, consciente o inconscientemente, busca el poder, la fama, el dinero, la satisfacción de los deseos. Es ruidosa, acaparadora, pendenciera, tosca).

El alma quiere expresar la naturaleza última del ser, que tiene un componente divino. El alma quiere aflorar amor y verdad.

El silencio es pues el inicio del amor y de la verdad.

La voz está bien dentro.

«Sólo aquél que, gracias al conocimiento de las verdades espirituales, ha sabido poner orden en sí mismo, realiza el verdadero silencio. Y en este silencio la voz de su naturaleza divina se hace oír. Toda una tradición mística nos habla de la «voz del silencio». ¿Cómo hay que comprender esta expresión? El silencio no tiene voz, evidentemente, pero en el seno del silencio se hace oír una voz: la de nuestra naturaleza divina.

La meditación, la oración, al igual que todas las prácticas preconizadas por las enseñanzas espirituales, sólo tienen un objetivo: hacer callar a la naturaleza inferior en el hombre para dar a su naturaleza superior unas posibilidades cada vez mayores de expresarse. El silencio es pues este estado de conciencia en el seno del cual algo misterioso, profundo, empieza a revelarse. A este «algo» se le llama la voz del silencio. Aquél que logra serenarlo todo dentro de él, e incluso detener su pensamiento –ya que, con su movimiento, el pensamiento también hace ruido– oirá esta voz.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: valle del Tiétar 1 mayo 2014, (Ángeles Fernández Heredia)