Nos habla en el amanecer, en el anochecer, en el silencio. En el sonido del viento, en la algarabía de los pájaros, en el rumor del agua. Nos habla permanentemente. A veces con mucha sutileza.
Nos saludan, nos hacen señales …. que no vemos pues estamos centrados en otros saludos, otras señales. Muchas veces en nuestros propios ruidos.
Para escuchar, para ver, conviene estar atento. En esa atención podremos descubrir ciertas cosas y, poco a poco, veremos donde antes no veíamos, y oiremos donde antes no oíamos.
Existe un mundo inmenso, maravilloso, al que también podemos acceder, y que llenará muestro depósito de fuerza cada vez que entremos.
Podemos elegir estar en ese mundo un minuto, una hora, o todo el día… Cuanto más permanezcamos en él, más comprenderemos la realidad y más entenderemos la relación entre nuestro espíritu y la materia en la que se manifiesta.
«Para que la Creación os hable, esté viva y llena de significado para vosotros, debéis aprender su idioma. Toda vuestra existencia debe dirigirse hacia este fin: entrar en comunicación con la naturaleza y sus habitantes. Habitantes, hay en todas partes: en el agua, el aire, la tierra, el fuego, las montañas, los árboles, el sol, las estrellas… ¡en todas partes! Y nos saludan, nos hacen señales. Pero, ¿quién los ve?
Y ¿quién ve asimismo que la naturaleza es una sustancia luminosa surcada por unos rayos de los que ningún idioma puede describir su belleza y sus colores?… Para que os acepten estos habitantes, para que os socorran y os sostengan, preparaos a entrar en este mundo inmenso con vuestra atención, vuestra comprensión y vuestro amor. Ya vivís en este mundo, camináis por él, pero todavía debéis abrirlo a vuestra conciencia, quitar el velo que os impide verlo.»
(Omraam Mikhaël Aïvanhov 1900-86. Pensamientos cotidianos www.prosveta.es. Foto: montañas en el Karakorum, agosto de 2005, autor Jonás Cruces)