Hoy se nos propone ir a nuestro centro, a nuestra cima, donde descubrimos la fortaleza del diamante interior.

“Desde ese centro yo, el alma, surgiré”, dice el antiguo mantram. Y, también, “desde ese centro yo, el que sirve, trabajaré”.

Cuando estamos centrados todo se ordena a nuestro alrededor.

La periferia nos distrae, nos agota, nos debilita. Es ruido sin fin. El centro  nos vivifica, nos conecta con lo real.

Estar en el centro es decir NO a todo lo superfluo que invade el mundo, decir NO a las baratijas y a la chatarra.

Y desde ese centro, como por magia (como por necesidad), la palabra “gracias” surge de continuo.

La simplicidad… ¡tan pocas personas conocen el significado y la importancia de esta palabra! Se detienen en sus manifestaciones exteriores: la simplicidad en los vestidos, en los modales, simplicidad en la manera de vivir. En realidad, la simplicidad es una actitud filosófica que consiste en alejarse del mundo físico, el mundo de los fenómenos, para elevarse hasta el mundo espiritual, el de los principios. He aquí la simplicidad: ir hacia el centro, hacia la cima. Mientras que con la complicación se hace el camino inverso: del centro hacia la periferia, de la cima hacia la base. Cuando se sale de la simplicidad, de la unidad, debemos enfrentarnos a tantos detalles que ya no vemos cómo se organizan las cosas entre sí, según las leyes de la afinidad; nos debatimos en direcciones opuestas, titubeamos y nos debilitamos.

El símbolo más elocuente de la simplicidad es el diamante, porque no tiene mezcla: es carbono puro. Y también nosotros, cuando encontremos la verdadera simplicidad, poseeremos la pureza del diamante y también su resistencia.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Foto: Tenzing y Tschering en el paso de Jhangotang, al pie de la montaña sagrada Chomolari,  Bhutan, 12 mayo 2010