Hay un precioso relato en la biografía de Aïvanhov, cuya infancia transcurrió en la pobreza.

Una mañana, muy de niño, su madre le dio un pan que sería su único alimento ese día.

Al llegar a casa al final del día, la madre le preguntó si había tenido suficiente con ese pan.

El niño contestó afirmativamente, y preguntó sobre los ingredientes de ese pan para averiguar sus grandes cualidades.

Ella le dijo que mientras hacía ese pan proyectó todo su amor por él y pidió a lo Alto que le sostuviera y alentara.

Esta bonita historia no solo es aplicable al alimento.

Cada uno de nuestros actos puede estar imbuido de otra calidad, de otro propósito: de pensamientos de salud, de paz y de luz para todos aquellos a los que va destinado.

Entraríamos entonces en el reino del mundo sutil, de lo invisible, de los milagros.

Nos convertiríamos así en magos en la tierra y allá por donde pasáramos crecería la hierba.

Y nuestra mirada serviría para bendecir y para vivificar a nuestros hermanos.

Hay otro camino.

En nuestros días, una de las principales preocupaciones de la gente es poder alimentarse con alimentos sanos. Naturalmente, es extremadamente deseable que el alimento no esté polucionado; pero también es importante que las personas que lo preparan sean conscientes de que los alimentos que pasan entre sus manos se impregnan de sus emanaciones y las transmiten a todos aquellos que van a comerlos.

La comida se prepara con las manos, y las manos de una persona son los agentes mágicos que transmiten cada día alguna cosa de su propia quintaesencia. Los cocineros, los panaderos, los pasteleros, así como todas las personas que cada día cocinan para los miembros de su familia deben conocer esta ley química, mágica. Así se acostumbrarán a tocar los alimentos con la conciencia de que lo que tienen ahí, entre sus manos, va a contribuir a la edificación del cuerpo de las personas próximas o lejanas, conocidas o desconocidas. Ésta es una inmensa responsabilidad: vale pues la pena de que se esfuercen en preparar la comida con el mejor estado interior, con pensamientos de salud, de paz y de luz para todos aquellos a los que va destinada.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: niño en el sur de Mongolia, 16 junio 2007