Hoy se nos propone distribuir riquezas por el mundo entero.
Si, convertirnos en antena para enviar luz y amor al espacio entero.
Las tareas del día requieren ser hechas, con la mayor precisión y eficacia. Pero una vez hechas, la mente puede proyectarse a esas regiones y ser entonces foco de luz y de amor.
Son muchos instantes al día en que esta proyección puede tener lugar.
Aïvanhov nos propone hoy que seamos como el sol, sin pedir nada a cambio, iluminando, calentando.
Cerrando los ojos, podemos concentrarnos y acercarnos al centro divino en nosotros, y a partir de ahí ser emisores.
Este es un trabajo a hacer hasta la última hora de nuestra existencia en la tierra.
El sol nos enseña su método para dar luz y calor.
Podemos trabajar en lo más grande.
Observad el sol, meditad sobre el sol siendo conscientes de que, desde hace millones de años, ilumina y calienta la tierra así como a las criaturas que la habitan. Y lo hace sin inquietarse por saber quien se regocija de sus rayos y los recibe con reconocimiento, y quién continúa durmiendo en las cuevas. No se enfada ni se enfurece por el hecho de que los seres humanos no hayan ni siquiera tomado conciencia de que le deben la vida, continúa brillando y dándoles sus bendiciones.
Como el sol, existen seres que envían su luz y su amor a través del espacio, y ellos tampoco se preocupan por saber si las criaturas se benefician o no. Se sienten felices, colmados, toda su alegría está en distribuir sus riquezas en el universo entero. Han comprendido que la felicidad más grande es la que el sol está sintiendo y viviendo: brillar, iluminar y calentar.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Foto: Pinki, niña residente e Anand Bhavan, con su sobrino, primavera 2010