Hoy se nos habla de la mariposa y de la oruga, una misma realidad en fases distintas de su vida.
Atisbamos en nosotros un despertar para surgir libres y ligeros como la mariposa tras haber pasado nuestra experiencia como orugas.
Es adecuado este símil acerca de la pesadez de nuestra materia y la ligereza del espíritu, que nos expande.
La vida es encontrar el equilibrio entre ambos, sabiendo lo que alimenta uno y otro, discriminando.
Los pensamientos elevados y la pureza de mente nos emancipan, nos liberan.
Pero muchas de nuestros pensamientos y actividades cotidianas nos hacen estar todavía muy pegados al suelo, como la oruga.
Aïvanhov nos habla de resurrección, que no es la del cuerpo transitorio, sino de algo en nuestro interior, que nos hace despertar a la luz.
Ese despertar es la magia que nos ofrece la vida.
La naturaleza ha dejado por todas partes señales para instruir a los discípulos y hacerles comprender las transformaciones que deben realizar en sí mismos. Al principio, parecen orugas densas y feas que devoran las hojas de los árboles y cometen toda clase de estropicios. Es necesario que se decidan a volver a entrar en sí mismos para reflexionar y meditar acerca de la necesidad de renunciar a ciertas tendencias inferiores. De este modo ponen en marcha fuerzas nuevas, y al cabo de cierto tiempo, al igual que la oruga, surgirán como mariposas ligeras y libres que no destruyen las hojas sino simplemente se alimentan del néctar de las flores. La mariposa es un símbolo del alma que se ha liberado de todas las limitaciones, y eso es la resurrección, la verdadera. El cuerpo físico no resucita; la resurrección es el despertar en el hombre de algo que estaba dormido y que, un día, después de un largo trabajo de maduración, se despierta a la luz.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: fiesta de fin de curso de Anand Bhavan, del programa Colores de Calcuta, abril 2010