El don precioso de la vida se nos escapa en una sucesión de acontecimientos y circunstancias.

El día a día de muchos seres humanos se ha convertido en algo mecánico, desprovisto de atención.

Hoy se nos recuerda algo que ya sabemos pero que no siempre practicamos: parar para reencontrarnos.

Cada día tiene muchos momentos para el reencuentro, que debemos crear y proteger.

Es un encuentro primero con nosotros mismos, con nuestro yo superior. Ese encuentro llena de energía, de compromiso.

Es un encuentro después con el mundo divino. Ese encuentro llena de comprensión y de compasión.

Sister Jayanti nos ha hablado estos días de llevar una vida sencilla, conectada a la fuente con pensamientos elevados.

Tenemos muchas ocasiones para unirnos al mundo divino. Es una lástima dejarlas pasar en medio de tanta charlatanería.

Todavía no buscáis lo suficiente todas las ocasiones que se os dan para uniros al mundo divino con el fin de calmaros, y de reencontraros a vosotros mismos. Y sin embargo, sabéis perfectamente que la agitación de la vida diaria termina destrozando vuestro sistema nervioso. El ser humano no está hecho para vivir con esta tensión permanente que le hace perder todas sus energías. Correr de la mañana hasta la noche, no es normal, y el sistema nervioso termina agotándose. Así pues, varias veces durante el día, deteneos algunos instantes. Esforzaos en crear en vosotros y en vuestro alrededor, una atmósfera de armonía y de amor. Si repetís a menudo este ejercicio, lograréis llegar hasta vuestro Yo superior que proyectará rayos beneficiosos sobre todas vuestras células. De este modo restableceréis el equilibrio y podréis reemprender de nuevo vuestras tareas cotidianas.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: escena de «El árbol de la vida», de Terrence Malick