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La voz a la que se refiere Aïvanhov es la voz de nuestra alma.

Nos habla calladamente, en susurros.

Nos habla desde la sabiduría y el conocimiento.

No la escuchamos, o la acallamos.

El hombre alineado con su alma es un hombre pleno en la materia que todos debemos transitar.

Somos alma, no tenemos alma.

Es preciso contactarla para volver, algún día, a vivir como deidades.

Hemos de estar atentos.

Ante un desengaño, un fracaso, un accidente, a veces pensáis: «Sí, es cierto, algo me había advertido. ¡Era como una voz en mi interior, pero tan débil, tan suave!…» Y vosotros no quisisteis oír esta voz que quería preveniros y preferisteis seguir las voces que os hablaban muy a menudo y con gran fuerza para induciros a error. Pues bien, sabed que el Cielo habla suavemente y sin insistencia: dice las cosas una vez, dos veces, tres veces, después se calla, y peor para vosotros si no le hicisteis caso. Sí, la voz del Cielo siempre es extremadamente suave, melodiosa y breve. La intuición no insiste mucho más. Y si no estáis atentos, si no distinguís esta voz, porque el estruendo de vuestros deseos y de vuestras codicias retiene vuestra atención, no os quejéis si os extraviáis.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, editorial Prosveta. Foto: barquero en el Ganjes, abril 2010