Hoy se nos pide que escribamos una carta.

En esa carta hay renuncias y adioses.

Rompemos con la tristeza, con la pena. También con todo lo que nos retrasa y nos frena.

Decimos adiós en la carta a los pensamientos tóxicos que nos esclavizan.

Si, en esa carta decimos adiós a todo lo que nos impide aflorar nuestros tesoros ocultos.

El tesoro está ahí adentro, esperando. Es la naturaleza divina, olvidada, muerta. Es la esencia, el Ser.

La esencia espera que vayamos a rescatarla, a hablarla, a frecuentarla.

Hay que escribir la carta ya, sin mas dilación, para despojados de cargas empezar a atisbar la realeza.

No esperéis que los demás os den la vida, que os den el amor o que os den la alegría: os corresponde a vosotros primero abrir en vosotros las fuentes de la vida, del amor y de la alegría. Para recibir, hay que empezar por dar. Algunos dirán que están demasiado agobiados por la pena y la tristeza para poder dar lo que sea. No, éste no es un buen argumento y esta actitud sólo sirve para mantener estos estados. ¡Que se divorcien inmediatamente de esta pena y de esta tristeza! Que hoy mismo les escriban una carta: «Querida tristeza, querida pena, he decidido abandonaros. – ¿Cómo?, dirán ellas, ¡estábamos tan bien juntos!» Y vosotros responderéis: «Si, vosotras tal vez, pero yo no, por lo tanto os dejo.» Y que a partir de ahora, vuestra mirada refleje esta separación.

Poseéis tantos tesoros ocultos, ¿Por qué no dejáis transparentar nada al exterior? Dejad pues de lado todas las razones para estar tristes y buscad aquéllas que tenéis para estar alegres. A través de la alegría se da, y mediante la pena se recoge. Decíos que si algunos días no podéis reír, es porque os apartáis del camino justo.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: madre e hijo en el  barrio de Piikhana, Calcuta, agosto 2011