El pensamiento de hoy nos habla del regreso a casa tras el largo exilio.

Exilio es todo aquello que nos ata más a la materia: los deseos incontrolados, los enfados, la ofuscación, la ira, los intereses egoístas, el insulto, la violencia, la frivolidad, las banalidades. Gran parte de nuestro tiempo en la tierra lo pasamos en ese triste exilio, en ese enorme y vasto campo de la ignorancia.

Cuando empezamos a dejar ese mundo oscuro, reconocemos el espíritu en nosotros y también a la materia, como medio indispensable para su manifestación. Y en ese doble reconocimiento está la búsqueda del equilibrio entre los dos.

Al dejar ese exilio oscuro y gris, al quitarnos el velo de la ignorancia, en el camino escuchamos la “Canción Celestial”, y nos encontramos más y más con la ambrosía indefinible, con ese “éxtasis inexpresable” del que habla el pensamiento.

Todas las voces nos hablan entonces de la Unidad y de la presencia del Uno y descubrimos el sentido de la vida y empezamos a entender y quizás a vivir, al principio solo puntualmente, el concepto “ama al otro”.

El exilio es nuestra prisión y solo nosotros podemos salir de ella. Más allá de esa muralla, de esa prisión, se encuentran los horizontes más abiertos, como en la pintura de Roerich.

La oración es el verdadero aliento de la religión porque une a Dios y al hombre, más y más con cada suspiro: la meditación es el proceso de escuchar la Canción Celestial, la flauta de Krishna, con los oídos mentales pendientes de la melodía.

Yoga es la fusión de la mente en la Bienaventuranza del olvidarse de si mismo cuando la música llena la conciencia. Las palabras como éstas no pueden definir más cabalmente ese éxtasis inexpresable que se obtiene en ese “regreso a a casa”, después de un largo exilio.

Sri Sathya Sai Baba (1926-2011). “Sadhana, el sendero interno”, capítulo 5, apartado 76, Ediciones Shatya, p125. Imagen: “The Great Wall”, pintura de Nicholas Roerich (1936)