La práctica espiritual  nos acerca al Yo superior y nos aleja de la personalidad o yo inferior.

El Yo superior, que Aïvanhov define como poderoso, luminoso y radiante, puede descender en nosotros para realizar maravillas.

Esa es nuestra naturaleza, a la que damos la espalda durante eones.

Cuando se está en conexión con el Yo superior, se está también conectado con el alma universal.

Es entonces cuando llega la comprensión sobre todo y sobre todos.

La meditación y el karma yoga nos ayudan a contactar a nuestro Yo.

Podemos vivir en permanente contacto con la divinidad, o vivir distraídos, como hasta ahora, lo que equivale a decir como corchos en el mar.

Cuando estamos en contacto con el Divino, descubrimos la ambrosía.

Ya no hay tristeza, oscuridad o duda. En nuestro interior vive el gozo sereno.

El domingo de Pentecostés, los cristianos conmemoran la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles bajo la forma de lenguas de fuego. En realidad, esta venida del Espíritu Santo es un acontecimiento simbólico que encontramos, bajo una forma u otra, en todas las religiones. Puesto que se dice que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, podemos creer que es una entidad externa al hombre. Pero en realidad no, el Espíritu Santo, es su Yo superior, es decir, el símbolo de todo lo que es luminoso, poderoso, divino en él. Decir que el hombre recibe el Espíritu Santo significa que su propio espíritu toma posesión de él, su propio espíritu que es su Yo superior.

El Yo superior forma parte del hombre, pero no puede todavía descender hasta él para manifestarse en tanto que el hombre no haya eliminado del camino las impurezas que lo obstruyen. El día en que se purificará verdaderamente, en el que alcanzará la verdadera santificación, el Espíritu Santo, su Yo superior, poderoso, luminoso, radiante, descenderá en él para realizar maravillas.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: “Unknown old man”, pintura de Nicholas Roerich (1941)