Hoy se nos habla de activar un altar en nuestro interior, y de frecuentarlo y cuidarlo.

Desde ese altar una luz y una presencia pueden habitarnos y llenarnos.

Desde ese altar todo ser humano estaría en su centro, y la vida en la tierra entonces se transformaría, sería un gran vergel.


Desde el altar ya no hay deseos, sólo comprensión, compasión y servicio.

Y cuando salimos del altar, en nuestra vida cotidiana, la luz permanece y se expande.

El ser humano tiene asignado un destino de plenitud y de luz, aquí en la tierra.

Cuanto más frecuentemos ese altar, antes llegará ese destino.

«La espiritualidad no consiste en vagas aspiraciones. El verdadero espiritualista empieza por edificar en su alma un altar para el Señor, nunca cesa de mantener en él una llama. A este altar, debe subir cada día con la conciencia de que entra en la presencia divina, y entonces, solamente ahí, sabe lo que debe pedir.

Mientras os dirijáis al Señor para que satisfaga vuestros deseos personales, significa que todavía no habéis entrado en su presencia. El día que entréis en la presencia del Señor, solamente podréis pedir una cosa: que os llene con su luz. Pero en realidad, sentís que no tenéis nada que pedir desde el momento que entráis en presencia del Señor, su luz os invade, y cuando descendéis, esta luz os habita aún mucho tiempo”.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta