La voz interior nos habla quedamente pero no la escuchamos.

Si: el ruido externo e interno nos distraen de esa voz.

Nuestro Ser nos habla y desde el Ser podemos acceder a las regiones divinas. Por eso Aïvanhov nos habla de la dulce voz del Cielo.

Pero la voz no nos llega: otras conversaciones nos invaden.

Así pues, permanecemos mucho tiempo en las regiones inferiores.

El símil es la ciénaga y la niebla que impide ver, que nos hace avanzar a trompicones.

Pero el cielo azul siempre está ahí, más allá de las nubes, esperando que elevemos la mirada y que encontremos el camino.

Porque la voz interior nos habla…

Esforzaos en adquirir discernimiento, permaneced más atentos, y sentiréis que antes de cada momento importante de vuestra vida (bien sea un encuentro, un viaje, un trabajo o una decisión a tomar), una voz interior os aconseja. ¿Por qué no prestáis atención? Porque sólo oís el ruido y las tempestades. Para escuchar al ser interno que os habla, tiene que hacer mucho ruido. Si habla suavemente, no le escucháis. Sin embargo, debéis saber que cuando los seres superiores nos hablan, sólo nos dirigen algunas palabras y con una voz casi imperceptible. Cuando, por culpa vuestra, os sucede una desgracia, a veces os decís: «Sí, efectivamente, había algo allí que me avisaba, pero esta voz era tan débil, tan débil…» Así pues, en el futuro, desconfiad de las voces que os hablan mucho y muy fuerte para induciros al error, y tratad de escuchar mejor la dulce voz del Cielo.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: Camino de Santiago, camino de Logroño, 20 julio 2012