Hoy se  nos invita a resucitar.

La vida tiene sus dificultades sus problemas, sus preocupaciones. Los grandes y pequeños retos.

Podemos vivir apagados, o convertirnos poco a poco en una fuente, en un sol.

La fórmula ya está escrita: disminuir el pensamiento sobre el yo y lo mío , y subirlo varios peldaños hacia la humanidad, hacia toda la creación.

Si: al enviar nuestro amor hacia la tierra y al cielo, se lo enviamos a todos los seres y el primer beneficiado somos nosotros.

Porque cuando de verdad pedimos estar en armonía y trabajamos ese estado, se abren todas las puertas y la vida nos enseña todos sus secretos.

¿Podemos proyectar al espacio algo vibrante, vivo, o solo preocupaciones, disputas?

¿Podemos sanar o solo herir?

La vida siempre nos da oportunidades para empezar de nuevo y nos pide que despertemos para vivirla en plena consciencia.

Mucha gente imagina que siendo fríos, rígidos, apagados y sin amor, podrán lograr éxito en la vida. ¡Pobres! Si quieren tener éxito, es necesario que se acostumbren primero a ser vivos, y sólo lo conseguiremos aprendiendo a amar; para ello también hay unos ejercicios que podemos hacer. ¿Cuáles? He aquí uno muy fácil. En un momento cuando nadie os vea, levantad vuestra mano enviando todo vuestro amor hacia la tierra y el cielo, hacia los Ángeles, hacia el Señor y decíd: «Os amo, os amo, quiero estar en armonía con vosotros.» Habituándoos así a proyectar hacia el espacio algo vibrante, intenso, os convertís en una fuente, como un sol.

¿Por qué ciertos seres se parapetan tras un rostro siniestro con el que no se siente ni amor, ni bondad ni siquiera inteligencia? No se dan cuenta de lo perniciosa que es esta actitud, tanto para sí mismos como para los demás. Deben aprender a expresar el amor para llegar a ser vivos, para que su rostro, su mirada sean vivos, para que su presencia sea viva.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: “Frontier of Tibet” (1940), pintura de Nicholas Roerich