La ley del karma, que es la ley de causa y efecto de la que habla Jesús, nos que recogemos lo que sembramos.

La humanidad vive en buena medida ajena a esta ley insoslayable, pues acostumbramos a mirar solo los efectos, y no las causas que los generan.

Hay una ley de la justicia cósmica, que no percibimos porque va más allá de nuestra experiencia temporal en una encarnación.


Esa ley dice que todo vuelve y por eso hoy leemos que el bien nunca queda sin recompensa.

En el mundo hay mucho bien: millones de personas cada día testimonian la inteligencia, la entrega y el logro de la familia humana.

También hay mucho mal, del que se habla mucho más que del bien.

Un antiguo aforismo habla de hacer crecer el bien como con una lente de aumento. Cada uno tenemos una parte que cumplir.

Todo lo demás, lo que tenga que venir, vendrá por añadidura.

“Haz el bien”, se nos susurra.

«El bien nunca queda sin recompensa. Sólo que no esperéis que llegue necesariamente bajo la misma forma en que lo habéis hecho. Puede seros devuelto bajo formas totalmente diferentes y que no esperáis.

¿Dais dinero y desearíais que os fuera devuelto dinero?… Pues bien, no, pero tal vez recibiréis la salud, la amistad, la esperanza, la inspiración o la sensación de ser un verdadero hijo de Dios, puesto que, como vuestro Padre celestial, dais sin esperar nada a cambio. La ley de justicia es una ley cósmica que nada ni nadie puede establecer por defecto. Es una mala comprensión de esta ley de justicia la que desalienta a los humanos a hacer el bien. Tienen miedo que se abuse de ellos. No, no deben tener miedo. Incluso si, en efecto, se aprovechan de ellos, de una forma o de otra, serán un día recompensados por el bien que han hecho».

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: atardecer en Madrid el 27 de enero de 2015 visto desde un tren de cercanías (Jorge Muriel)