Hablamos del sol y de ser cómo él, enviando luz y calor a través del espacio.
La pintura de Roerich es evocadora: “el bendecido Procopious ora por los viajeros desconocidos”.
¿Podemos nosotros orar como ese bendecido, enviando vida a todos los seres sintientes, sin siquiera conocerles?
¿Flechas bondadosas en vez de flechas venenosas?
¿Amor en vez de odio?
Algunas tradiciones hablan del Cristo, en una colina himalaya, enviando todos los días su amor a la humanidad…
Todo lo que enviamos al espacio nos vuelve.
El amor que sembramos, será el amor que recojamos, un día.
Cerrando los ojos: ¿Podemos pensar en el bien del mundo, mandando pensamientos de bendición?
Como el sol, existen seres que envían su luz y su amor a través del espacio, se nos dice, distribuyendo sus riquezas en el universo entero.
Benditos ellos.
Es tiempo de dar.
Observad el sol, meditad sobre el sol siendo conscientes de que, desde hace millones de años, ilumina y calienta la tierra así como a las criaturas que la habitan. Y lo hace sin inquietarse por saber quién se regocija de sus rayos y los recibe con reconocimiento, y quién continúa durmiendo en las cuevas. Ni se enfada ni se enfurece por el hecho de que los seres humanos no hayan ni siquiera tomado conciencia de que le deben la vida, continua brillando y dándoles sus bendiciones.
Como el sol, existen seres que envían su luz y su amor a través del espacio, y ellos tampoco se preocupan por saber si las criaturas se benefician o no. Se sienten felices, colmados, toda su alegría está en distribuir sus riquezas en el universo entero. Han comprendido que la felicidad más grande es la que el sol está sintiendo y viviendo; brillar, iluminar y calentar.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: “Procopious the Blessed Prays for the Unknown Travelers”, 1914, (“el bendecido Procopious ora por los viajeros desconocidos”), pintura de Nicholas Roerich