El hombre, se nos dice hoy, tiene algo inmutable, eterno, divino.
Esa divinidad está alojada en el alma.
La materia es un instrumento del alma, pero si no está en unión con ella, nos absorbe y nos identificamos con ella.
Pasamos así largo tiempo en nuestro ser inferior, ajenos al Ser superior.
Y se nos llama una y otra vez a ser un pequeño templo en el gran templo de la creación.
Cobra así sentido la frase “el hombre, templo del Dios vivo”.
En nuestras vidas se nos da la oportunidad de trabajar en aquello de “a imagen y semejanza”.
Las verdades cósmicas y eternas nos esperan, en todo su esplendor, en toda su belleza.
«En el hombre, como en todo lo que hay sobre la tierra, hay algo que se oscurece, se debilita y muere; pero también hay algo que, como el sol, es inmutable, eterno, divino. Vosotros debéis ser capaces de discernir y de clasificar todas las manifestaciones humanas, y entonces todo irá mejor en vuestra vida, porque entraréis en el mundo de las verdades cósmicas y eternas. Seréis el pequeño templo en el gran templo, el microcosmos en el gran cosmos».
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Los esplendores de Tipheret, El sol en la práctica espiritual, tomo 10 de las Obras Completas, página 201, Editorial Prosveta. foto: Pablo Garmendia