Los estímulos externos son tan fuertes y tan poderosos que tiran de nosotros de continuo.

Nos dejamos tirar y llevar, sin tiempo para dialogar con el alma.

Así, nuestras dos mitades (espiritual y material) permanecen ajenas, separadas, huérfanas la una de la otra.

Cuando descubrimos el yoga, que es la unión, subimos hasta nuestra cima, vamos al centro, a la esencia.

En la esencia están la serenidad y el amor, que surgen sin artificio y sin ruido, en manantial.

En la esencia están todas las respuestas que son imposibles de encontrar en la periferia.

En la esencia comprendemos que el ideal de vida es manifestar los atributos divinos.

Comprendemos la Unidad.

Un hermoso camino nos espera.

«Por tanto, ir hacia el centro de vuestro círculo, de vuestra alma, de vuestro espíritu, o tratar de elevaros hasta el sol, hasta la cima, es lo mismo. Subir o penetrar cada vez más dentro de uno mismo, es lo mismo expresado de forma diferente, y los beneficios que de ello obtenéis son los mismos: el sosiego, la serenidad, el poder, la iluminación, la autoridad, la claridad, el amor… ¡Éste es el ideal de la vida!»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Los esplendores de Tipheret, El sol en la práctica espiritual, tomo 10 de las Obras Completas, página 97, Editorial Prosveta. foto: playa en Hawaii, octubre 2013, original de Olga Maria Diego