Hoy se nos habla de los estados a los que accedemos a través de la meditación y la oración.

Mediante el trabajo interior accedemos a alimentarnos en lo sutil, a recoger energías muy elevadas, que están ahí, esperando ser contactadas.

Cada día podemos hacer un rito en un pequeño altar en nuestra casa, para comenzar nuestra actividad imbuidos de energía pura y limpia.

En silencio, con la espalda recta, en ese espacio nos acostumbraremos a escuchar la voz del alma.

La meditación de la mañana ya puede acompañarnos todo el día, en forma de plena consciencia.

Y cuando vivimos en plena consciencia todas las piezas tienden a encajar, incluso las más incomprensibles.

Nos sugiere Aïvanhov que los elementos del mundo divino nos asoman a la eternidad, a lo que es y siempre ha sido.

Nos habla de plenitud, aquí en la tierra, y a pesar de todo.

La plegaria, la meditación pueden aportaros un sosiego, pero también una extraordinaria sensación de plenitud. ¿Por qué? Aparentemente, no habéis recibido nada, y sin embargo os sentís colmados como si os hubierais alimentado, saciado; y si sabéis cómo conservarla, esta sensación no os abandonará.

En este «restaurante» del alma y del espíritu, no es como en el plano físico, en donde cada día estáis obligados a comer para no sentiros hambrientos y sin fuerza. El alimento que tomáis en las regiones sublimes del alma y del espíritu, pueden colmaros durante días y días. El mundo divino contiene elementos de tal riqueza, de tal luz, que si conseguís probarlos al menos una sólo vez, sabréis lo que es vivir en la eternidad.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: árbol en el gran parque de Calcuta, 2 febrero 2012