Esta mañana es bien bonito el símil del árbol que busca las alturas para desarrollarse.

También nosotros los seres humanos podemos buscar la altura con el pensamiento y con la obra.

Las aspiraciones más altas y más bellas tiran de nosotros y nos llenan de fuerza y propósito.

Pensar y hacer el bien es el gran privilegio del hombre.

La vida es muchas veces jungla pues pensamos y hacemos el mal.

Escribe Borges en el precioso El jardín de los senderos que se bifurcan: “no sabe (nadie puede saber) mi innumerable contrición y cansancio”.

Si: la humanidad está herida y cansada, pero cada acto de amor (y el nuestro es imprescindible) ayuda a aliviar tanto dolor.

«Siempre tenéis tendencia a considerar las dificultades como impedimentos. En realidad, es a menudo en las condiciones más difíciles cuando tenemos las mayores posibilidades de crecimiento, y ello precisamente porque estamos comprimidos. Observad cómo resuelve este problema el árbol del bosque. En un bosque, todos los árboles están tan apretados que, si uno de ellos quiere extenderse, los otros se lo impiden. Entonces el árbol se dice: «Estas condiciones no son buenas para mi desarrollo, pero voy a encontrar una solución…», y se eleva hacia arriba. En esta dirección el espacio está libre y no encuentra obstáculos.

Lo mismo sucede con el ser humano. Cuando ya no puede ir ni hacia adelante, ni hacia atrás, ni hacia los lados, sólo le queda dirigirse hacia arriba, es decir, elevarse con el pensamiento hacia el mundo espiritual, porque en esta dirección nada puede oponerse a sus aspiraciones.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: anochecer en Antigüedad (Palencia), 30 junio 2015 (Marga Lamoca)