Es frecuente y muy bonito observar en los niños la noción del alto ideal.
Según crecemos el ideal poco a poco se va perdiendo y borrando, ante la realidad de la vida.
“Ya no es tiempo de ideales”, los humanos nos decimos unos a otros, “es tiempo de ser pragmáticos”. “De proteger lo nuestro”.
Así, en ese pragmatismo, nuestras vidas se van acomodando, apagando, y traicionamos nuestra esencia en pequeñas y grandes cosas.
Cuando llega el momento del tránsito, de nuestra muerte, hemos cometido innumerables traiciones al ideal. Y ya no hay tiempo de rectificar en esta vida, que es tan breve.
Olvidamos que el ideal siempre vivifica y nos proyecta al mundo elevado y sutil, a otras esferas más puras y verdaderas.
El ideal nos espera. ¿Iremos a su encuentro?
Si los humanos se obstinan en cerrar los ojos ante el mundo espiritual, la verdadera poesía, la verdadera belleza abandonarán la tierra. ¿Y qué les reemplazará? Entonces sólo veremos cementerios, prisiones y un inmenso parque zoológico dónde unos animales serán los guardianes de otros animales. ¡Y qué animales!
El verdadero arte es aquél que extrae su inspiración del mundo de la luz. Tener un alto ideal, el más alto ideal, es el mejor medio para entrar en contacto con este mundo de luz. Este más alto ideal es necesariamente inaccesible, pero necesitamos un objetivo que se sitúe en el infinito. De esta forma, en el camino que seguiremos para acercarnos a él, se tejerán innumerables vínculos entre nosotros y todo el universo; y tendremos la eternidad para pasar por todas las estaciones de la abundancia, de la riqueza, de la alegría, de la luz y del verdadero saber.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.es. Imagen: pintura de Nicholas Roerich: Mongolia, 1938