Hablamos de dos habitaciones secretas.

Nos sirven de refugio, de recarga, y no necesitan mucho para ser habilitadas.

En esas habitaciones no entran ni las impurezas ni los miedos.

En esas habitaciones podemos empezar a entender que no hay barreras ni límites.


Porque “el hombre está destinado a una vida sin límites”, como dijo ayer el buen Papa Francisco.

Un día no muy lejano descubriremos que aquí en la tierra damos la espalda a nuestra realidad divina.

En la habitación del silencio, se nos dice, podemos empezar a frecuentarla.

«Si podéis, tratad de tener en vuestro apartamento una habitación, por pequeña que sea, reservada para el silencio. Escoged para las paredes bellos colores, claros y luminosos, poned algunos cuadros simbólicos o místicos y consagradla al Padre celestial, a la Madre divina, al Espíritu Santo, a los ángeles, a los arcángeles. No dejéis entrar a nadie, y sólo entrad cuando os sintáis capaces de hacer el silencio en vosotros para oír la voz del mundo divino.

A medida que preparáis esta habitación del silencio, esforzaos por prepararla también dentro de vosotros, en vuestra alma, en vuestro corazón. De esta manera, un día, sea cual sea el sitio en el que os encontréis, incluso en medio de los tumultos, podréis entrar en vuestra habitación interior para encontrar en ella la paz y la luz. Vivimos al mismo tiempo en los dos mundos: exterior e interior, visible e invisible, material y espiritual, y por eso es deseable tener esta habitación del silencio a la vez dentro de nosotros y fuera de nosotros, y mantenerla a resguardo de todas las formas de ruido.»

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Foto: la hermana Mac Nghiem, de la Orden de Interser, en la sala de meditación de la residencia de la orden en Hue, Vietnam, 2 de octubre de 2014 (Jesús Vázquez)