La humanidad es cada vez más consciente de la interrelación de todo y de todos.
Nuestra vida no es solo asunto propio pues afecta al todo.
A ese todo podemos contribuir lo mejor pero también lo peor nuestro.
Con frecuencia los humanos contribuimos lo segundo, con el resultado que está a la vista: hiriendo nos herimos, matando nos matamos.
Hoy se nos dice algo esperanzador y hermoso: con nuestra pureza, es decir, con nuestro desinterés, nuestra abnegación, contribuimos a la purificación de la atmósfera de toda la tierra.
Purificar el mundo o envenenarlo, son las dos opciones extremas, ambas a nuestro alcance.
Es triste cuando nos rebajamos a los niveles de la contaminación física, emocional y psíquica.
Se nos dieron talentos para ir erguidos y para purificar el mundo con nuestra presencia.
Hay tanto por hacer.
No debéis olvidar nunca que vuestros estados interiores no os conciernen únicamente a vosotros mismos, sino que influyen también en los demás que están a vuestro alrededor. Si sois impuros (y al decir «impuros», quiero decir injustos, deshonestos, celosos, egoístas, codiciosos…), con vuestras emanaciones ensuciáis a los demás. Debéis saber que, aún deseándolo, no podréis hacer ningún bien si no os habéis desembarazado, primero, de vuestras impurezas. Esto es algo absoluto. Si queréis verdaderamente ayudar a la humanidad, debéis, en primer lugar, purificaros. Aunque no digáis nada a nadie, aunque no veáis a nadie, con vuestra pureza, es decir, con vuestro desinterés, con vuestra abnegación, contribuís a la purificación de la atmósfera de toda la tierra. Sí, sólo con vuestra presencia. Pero si sois impuros, contribuís a envenenar el mundo entero. Y entonces ¡es inútil proclamar por todas partes que queréis hacer el bien!.
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Camino de Santiago, entre Viana y Logroño, 20 julio 2012