«Así que, no os imaginéis que cambiando de apartamento, de amigos, de profesión, de libros, de país, de religión… o de mujer, tendréis la paz. Si fuese tan fácil, yo hubiera sido el primero en hacerlo. Pero no creo que la paz dependa de este tipo de cambios, y vosotros tampoco lo creáis. Una pequeña tranquilidad, un respiro, sí, pero inmediatamente después, ahí donde os encontréis, otros tormentos vendrán a asaltaros porque no habéis comprendido que la paz depende solamente de un cambio en la forma de pensar, de sentir y de actuar. Cambiad eso, y aunque sigáis en los mismos lugares y con las mismas dificultades, estaréis en la paz. La verdadera paz no depende exclusivamente de lo exterior, la verdadera paz viene de dentro, y brota, os invade a pesar de las turbulencias y las agitaciones del mundo entero. Es como un río que viene de arriba. Y cuando poseéis esta paz y sois capaces de verterla, de difundirla a vuestro alrededor como algo real, vivo, cuando hacéis un trabajo sobre el mundo entero llevando la paz a los demás, entonces os convertís en otro ser, os eleváis en la jerarquía, sois un hijo de Dios, representáis a Dios en la tierra, es decir que gracias a esta correspondencia, esta afinidad absoluta, propagáis las mismas virtudes, las mismas bendiciones, las mismas riquezas, los mismos esplendores que hay arriba”. «

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Las leyes de la moral cósmica tomo 12 de las Obras Completas, p. 106, Editorial Prosveta. Imagen: Paisaje en La Camarga, Francia, 6 agosto 2015 (Jorge Tamames)