El pensamiento de hoy no es solo aplicable a las madres.

Nos sugiere proyectar amor hasta las regiones sublimes, y dirigir nuestra mente hacia, la belleza, la luz y la eternidad.

En ese trabajo de proyección se produce la atracción de elementos muy sutiles, que vienen hacia nosotros, para instalarse dentro.

Por eso el poder y la responsabilidad del pensamiento, porque lo contrario es también cierto: el pensamiento oscuro nos ancla en regiones oscuras, densas.

El hombre ecuánime hace su trabajo, pequeño o grande, en silencio, pero también en alegría y proyecta su pensamiento hacia las regiones de las que recibe otra energía.

Ese silencio y esa alegría son propicios para que los elementos sutiles vivan en nosotros.

Varias veces al día, cada vez con más frecuencia, la  conexión con el mundo sutil nos recuerda quiénes somos.

Ya mucho antes del nacimiento de su hijo, la madre que lo lleva en su seno debe tomar conciencia de los poderes que ella tiene sobre él. No basta con que ya ame a este niño, es preciso que aprenda a utilizar los poderes del amor. Pensando en su hijo, tiene la posibilidad de proyectar su amor hasta las regiones sublimes para recoger de allí los elementos necesarios para su correcta evolución, y transmitírselos.

¿Cómo puede creer una madre que sólo con sus recursos puede ser capaz de dar a su hijo todo lo que necesita, si no va a buscarlos a otra parte, más arriba, en el plano espiritual? Entonces, de vez en cuando, durante algunos minutos, varias veces al día, con sus pensamientos, con sus oraciones, se presenta ante Dios diciéndole: «Señor, quiero que este hijo que me das sea tu servidor. Pero para ello necesito otros elementos que sólo están cerca de Ti: dámelos, por favor.» Diréis que no es fácil presentarse ante Dios. Ciertamente, es una manera de hablar. Sólo pensando en la belleza, la luz y la eternidad, la madre atraerá elementos sutiles más elevados y se los transmitirá a su hijo.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Tables of the Commandents, 1931, pintura de Nicholas Roerich