Estos días hablamos de la energía crística, que es la energía del amor.
Es una energía que nos permite reconocer nuestra propia humanidad en el otro.
Es la única energía que puede elevarnos a las regiones que nos están reservadas si reconocemos (si rescatamos) la vida divina en nosotros.
Esta vida divina fluye por doquier, pero no la vemos, nuestra visión está oscurecida.
Aquellos que elijan la claridad de visión podrán trascender todo lo que nos hace esclavos de este mundo. Y podrán ver un trazo divino en cada manifestación de la vida.
“Los pies en la tierra, la mirada en el cielo”. Esta frase tiene infinita aplicación práctica.
En forma de leyendas, todas las religiones revelan en cierto modo el origen divino del hombre. Pero en un momento u otro de la historia, se deslizó en algunos la convicción de que tales razas o tales categorías de seres eran inferiores, y comenzaron a excluirlos o a oprimirlos.
Si Jesús fue tan excepcional, es porque vino a afirmar que, cualquiera que fuera su raza, su cultura, su posición social, ante Dios todos los humanos eran iguales en esencia. Las desigualdades que vemos manifestarse sólo son superficiales y pasajeras: sus cualidades físicas, intelectuales, morales, espirituales, los acontecimientos de su existencia, todo lo que hace que, en un campo u otro, unos parezcan privilegiados y otros no, sólo corresponde a un instante de la evolución. Los humanos son hermanos y hermanos por vida, la vida divina que circula en ellos y que les hace ser también hermanos y hermanos de toda la creación.
Omraam Mikhäel Aïvanhov (!900-86). Pensamientos cotidianos. www.prosveta.com. Foto: Familia en Howrah, India, 24 marzo 2010