Hoy se nos habla que el hombre es un espíritu que viene del Cielo.

Al encarnarnos en la materia, que es nuestro cuerpo físico, nos olvidamos de ese origen y de nuestra filiación con el Espíritu mayor, Dios.

El sentido de la vida es reencontrar ese origen, alinearnos con ese origen para poder expresar sus cualidades a través de nuestra materia.

Para permanecer vivos, en el sentido elevado de la palabra, hace falta mantener viva esa conexión.

Cuando esa conexión está rota, estamos vivos solo mecánicamente, en la gran ilusión o maya que es la vida humana.

La conexión con el espíritu, a través del alma, es un proceso gradual que requiere que nos vayamos despojando de todo lo que nos sobra.

El apego, la ira, la ofuscación, el odio, el egoísmo, son algunos de los atributos que tenemos incrustados y casi esculpidos en nosotros, y de los que hemos de prescindir para lograr a esa conexión.

No es un trabajo fácil, pero es el trabajo.

Hay una hermosa plenitud que nos llama cada día.

Asimilad bien este pensamiento de que todo lo que existe en el Cielo tiene una correspondencia en la tierra, porque la tierra es un reflejo del Cielo. Sí, sólo un reflejo, y si queréis conocer verdaderamente la plenitud, que es un estado del alma y del espíritu, no debéis buscarla en la tierra sino en el Cielo.

El hombre es un espíritu que viene del Cielo, y para poder trabajar en el plano físico debe entrar en un cuerpo. El cuerpo físico es al espíritu del hombre lo que el universo es a Dios. Sí, el universo, la naturaleza, representa el cuerpo físico de Dios. Dios tiene un cuerpo formado de una multitud de centros y de órganos, y nuestro cuerpo es a la imagen de Dios. Pero este cuerpo sólo puede animarse si se halla habitado por el espíritu. El espíritu es la manifestación de la presencia de Dios en nosotros. Cuando el espíritu se va, se lleva consigo la conciencia, la vida, y en el cuerpo sólo quedan elementos físicos que terminan descomponiéndose. Para permanecer vivos, el cuerpo, la tierra, jamás deben cortar el vínculo con el espíritu, con el Cielo.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86) , Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: Mongolia, junio de 2007