Con frecuencia en estas notas hablamos de la pureza de intenciones como puerta para acceder a otros mundos.

Pero son muchos los padres que transmiten a los hijos, desde muy pequeños, que desde la pureza y el respeto al otro siempre serán víctimas de los agresores, y que para estar en el mundo hay que adaptarse en todo o al menos en parte a las reglas del mundo.

Siglo tras siglo se perpetúa la dominación y el abuso de unos sobre otros, y al final de la vida de muchos hombres reinan el vacío, la tristeza, el hastío.

Los medios de las tinieblas están claros: el odio, la crueldad, la violencia, la dominación, el engaño. Abundan por doquier.

Pero en nuestro interior también podemos buscar y encontrar amor, sabiduría, dulzura, bondad, paz, inspiración, pureza, gratitud. Son los medios de la luz, poderosísimos, transformadores, vivificadores.

Son pues, dos universos posibles los que podemos crear y por los que podemos transitar. En cada pequeña cosa podemos estar de un lado o del otro.

Para muchos seres, desde la mayor humildad, es tiempo de empezar a hollar el camino de la luz.

Los dos principios de la luz y de las tinieblas se manifiestan en el mundo luchando eternamente el uno contra el otro. Si pertenecéis a las tinieblas, la luz os atacará. Y si pertenecéis a la luz, seréis atacados por las tinieblas. Sabedlo, y preparaos a resistir, a defenderos. Y ahí es donde hay que estar vigilantes porque no se trata de defenderse de cualquier forma, sino únicamente sirviéndose de los medios de la luz. Sí, porque si respondéis con los medios de las tinieblas (el odio, la crueldad, la violencia), aceptáis descender a una región en donde estas fuerzas hostiles se enfrentan, se destrozan, y os ensombrecéis, os debilitáis. Los enemigos son una tentación presentada por el mundo invisible: deseamos responderles con los mismos medios para mostrarles que somos más fuertes que ellos. Pero pueden ser también una bendición, si su presencia nos impulsa a ejercitarnos para responder con este arma superior que es la luz.

Omraam Mikhäel Aïvanhov,  Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen:  “Frontier of Tibet” (1940), pintura de Nicholas Roerich