La vida y el mundo parecen llamar a la desesperanza.

Es tal nuestra identificación con el ego, que solo percibimos el plano de lo que se ve y lo que se toca.

Ese plano es el del maya o ilusión, al que se refieren todas las tradiciones.

Es como si la raza humana tuviese puestas unas orejeras que nos impiden ver más allá de ese campo visual tan estrecho.

Cuando trascendemos ese pequeño mundo, limitado y triste, empezamos a atisbar otra realidad.

Nuestras creencias nos limitan y comprimen…

En la naturaleza, el brote de luz y el resplandor obran en nosotros, nos dilatan.

Un día llega la magia: pasamos al plano del alma, del Yo superior, y viene una certeza.

El resplandor del sol es una expresión del esplendor divino.

Ya no hay tristeza.

Cada uno llegará a ser un día tal como Dios lo pensó y quiso, tal como ya es en su Yo superior. Es esta certeza la que debe dar sentido a todo lo que estamos viviendo. Aunque sea difícil, nada debe detenernos en el camino que nos conduce hacia la luz.

Contemplad la salida del sol, dejaos absorber por esta vida, por este resplandor. En este brotar de luz, en este resplandor que es una expresión del esplendor divino, iniciad la búsqueda de vuestro verdadero Yo. El día que lo descubráis, el día que aprendáis a identificaros con él, sabréis que nunca habéis dejado de vivir en la plenitud, en el amor, en la luz, y que con vuestra vida y vuestras actividades, podéis participar en el trabajo gigantesco que se está realizando en el universo.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta.  Imagen: Circo de Gredos, 11 febrero 2012. Foto de Jonás Cruces  <http://www.todovertical.com/>