Nuestra estancia en la tierra en esta vida es muy fugaz.

La infancia, la juventud, la madurez y la vejez se suceden muy rápido, y según van pasando la sensación es de gran celeridad.

En el momento de morir toda nuestra vida se presenta ante nosotros en unos segundos y puede que nos asalte la idea de que no hemos amado y de que no hemos vivido la verdad.

El pensamiento de hoy nos habla del océano de luz divina que hay en la Causa primera.

¿Por qué vivir en la oscuridad y en el enfrentamiento permanente cuando podemos ir al encuentro de esa luz?

Urge retornar al origen y buscar la luz en la vida cotidiana.

Urge porque el tiempo es muy escaso y la oportunidad de la vida es única.

El silencio, la pureza, el ideal, nos acercan a ese océano de luz.

La vida es un bien preciadísimo que debe servirnos para volver a la Causa primera, para subir a la cima.

En la cima el cielo es tan azul, el aire tan puro, el sol tan hermoso…

En la mayoría de las mitologías, la montaña es presentada como la morada de los dioses. Al estar asociada siempre la imagen de la cima al mundo divino, podemos considerarlo como un símbolo. Pero también se trata de una realidad: las altas cimas de las montañas, son como antenas gracias a las cuales la tierra entra en relación con el cielo, y por eso, resguardadas de las agitaciones y del ruido de los humanos, están habitadas por entidades muy puras y poderosas.

Igualmente, cuanto más nos elevamos hacia las cimas de las montañas espirituales, tanto más encontramos el silencio, y en este silencio descubrimos el origen de las cosas, nos unimos a la Causa primera, entramos en el océano de la luz divina.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: la cumbre del Mont Banc (28 julio 2010) (foto de Jonás Cruces  <http://www.todovertical.com/>