Nos habla Aïvanhov de nuestra filiación divina, que es nuestro potencial.

Esa filiación está en su mayor parte olvidada y nos parece lejana, incompatible con los tiempos…

Hemos escuchado una y otra vez lo de la imagen y semejanza, que parece inverosímil porque las manifestaciones groseras del hombre abundan por doquier.

Pero también abundan las manifestaciones del alma, cada vez que un acto noble tiene lugar.

En cada pensamiento y acto se nos da la posibilidad de ser consecuentes con esa filiación, de la que brota espontáneamente la pureza y la verdad.

Nuestra alma tiene una conexión directa con el Alma Universal.

Ese es el gran tesoro que podemos activar, nuestra gran herencia, que es la verdadera e inagotable riqueza.

«Jesús decía: «Aquél que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso mayores»… Si hubiera sido Dios mismo, ¿pensáis que hubiera podido decir a los humanos que harían obras mayores que las de Dios?… ¿Cómo puede ser que esta frase no haya sido suprimida de los Evangelios? Si realmente se quería mantener la creencia de que Jesús era «hijo único de Dios», por tanto Dios mismo, ¡debería ser suprimida!

Con sus palabras, con su ejemplo, Jesús vino para que los hombres tomaran conciencia de cual era su filiación divina. Pero ¿cómo quiere la Iglesia que se inspiren en este ejemplo, si diciéndoles que él es Dios, crea entre ellos y él una distancia inmensa? Su misión consistía en aclarar la enseñanza de Jesús mostrando que lo humano sólo existe porque está habitado por lo divino, y que su vocación es acercarse cada vez más a lo divino que lleva en su interior».

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Foto: bosque cerca de Gredos, Avila (Concha Barbero de Dompablo, 26 octubre 2013)