Hablamos con frecuencia en estas notas de unirnos con el mundo divino.
La vida humana puede enfocarse desde dos filosofías: la del valle de lágrimas, o la de la búsqueda de aquello que se lee en el evangelio de San Juan de “sois Dioses”.
El valle de lágrimas está extendido en lo externo, y es parte de nuestra psique colectiva, de los patrones mentales de escasez, conquista y lucha. Nos adaptamos bien a esa concepción del mundo que poco a poco nos priva de la vida y del asombro.
Pero la realidad última es la otra, la de la imagen y semejanza: contamos con los instrumentos para una conexión esencial, que nos vivifica.
Las pinturas y grabados muestran un halo de luz alrededor de las personas que han alcanzado esa conexión.
El significado de la vida está ahí, esperando a que lo descubramos.
Será imposible encontrarlo en la urgencia del día a día, en las televisiones, en las lecturas y charlas banales, en los deseos y el ruido excesivos.
Las regiones de la luz no son una quimera, pero hay que buscarlas y nos exigen, para dejarnos pasar, entrar muy limpios.
Parece imposible que podamos vivir sin cesar en la alegría, y es así porque desconocemos la estructura del ser humano. Más allá del cuerpo físico, astral y mental, poseemos aún tres cuerpos superiores: los cuerpos causal, búdico y átmico. Estos tres cuerpos nos ponen en relación con el mundo divino, y si logramos desarrollarlos, ni las preocupaciones ni las penas pueden alterarlos más u oscurecer lo que estamos viviendo en las regiones de la luz.
Por esto cada día, con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos, pero también mediante la meditación y la oración, debemos esforzarnos en mantener la unión con el mundo divino para seguir viviendo en nuestra alma y en nuestro espíritu. Y nuestra alma y nuestro espíritu nos inspiran una manera completamente diferente de ver y de sentir las cosas. Cuando el alma y el espíritu hablan en nosotros, ¡tantas penas desaparecen, así como tantos sufrimientos!… y se transforman incluso en paz, en sabiduría, en comprensión del significado de la vida.
Omraam Mikhäel Aïvanhov, Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: escena de «El árbol de la vida», de Terrence Malick