Ayer en la meditación grupal se habló de alimentar la simiente de la divinidad presente en el corazón de todo ser humano.

Es una simiente llena de potencial, que sin embargo puede permanecer largo tiempo inerte, oculta.

Un día, la semilla se activa, y comienza lo que ayer llamábamos la reconquista.

La meta evolutiva del ser humano es traer el alma a una plena manifestación en la tierra.

La evolución significa refinar la forma material para que pueda reflejar la radiación, la belleza y el amor del alma interna.


“Los seres humanos son Cristos en ciernes”, dice una enseñanza.

Algunos ya han recorrido el camino para aflorar el Cristo interior.

Que sean nuestro ejemplo.

De vez en cuando, deteneos durante el día para analizaros y ver lo que prepondera en vosotros: el espíritu o la materia. No podemos evitar la influencia de la materia: todos tenemos un cuerpo físico que necesita comer, beber, hacer ejercicio, relajarse, dormir, y no debemos imponerle privaciones inútiles. El cuerpo físico debe estar en buena salud para servir de punto de apoyo, de soporte al espíritu, pero no es necesario para ello consagrarle tanto tiempo y atención.

Por lo tanto, vigilaros, y cuando os deis cuenta de que la vida divina, la vida del espíritu se ralentiza, porque el cuerpo físico está ahí reclamando sin cesar, intentad recuperaros para que esto no dure mucho. Cuando podéis satisfacer vuestro cuerpo físico y al mismo tiempo sentís este impulso, esta emanación, esta luz que son las manifestaciones del espíritu, entonces, regocijaros porque un día será él, el espíritu, el que triunfará.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: Camino de Santiago, tras el Monte del Perdón, Navarra, 17 julio 2012