El camino es largo y empinado, y con frecuencia parece inaccesible.
Atraviesa hermosos paisajes y otros menos favorables. Sube hacia las montañas y luego desciende a los llanos. Hay días radiantes y hay días grises.
En las montañas el aire y el agua son puros. El azul del cielo, el horizonte sin límites, nos susurran el infinito.
Un día, tras larga marcha, divisamos por fin otras regiones, nos llegan otros mensajes, y en nuestro interior surge calladamente una emoción distinta.
Al principio los mensajes son rumores, luego son certezas. Por la mañana, en el silencio del alba, llegan muy claros. Durante el día se confunden.
El camino entonces no se oculta y ya nunca estamos solos.
Los que lo recorrieron antes que nosotros nos animan a no distraernos pues hemos de llegar a un cierto lugar a una cierta hora.
Nos mandan sus mensajes, y con el corazón ligero avanzamos, maravillados por los destellos que surgen aquí y allá, como cuando avanzamos por la nieve en un día de sol.
“Cuando el gran sendero ha sido designado,
Debemos evitar cuidadosamente las desviaciones”
Las hojas del jardín de Morya, I, La Llamada, sutra 403, 1924, Agni Yoga Society, Nueva York. Imagen: niños en el colegio en la provincia de Quang Tri, Vietnam, 1 de octubre de 2014 (Jorge Tamames)