Dag Hammarskjöld fue secretario general de Naciones Unidas. Murió en accidente aéreo en misión sobre el Congo, probablemente provocado.
Dejó escritos textos profundos, como este sobre la palabra, en su doble sentido de ser coherente con lo que se dice y de decir solo lo justo, desde la verdad.
Hoy escribimos contratos complejos, amenazantes, farragosos, debido a que hemos perdido el valor de la palabra. Nadie confía en nadie.
Encontrar un hombre de palabra no es asunto fácil. La conveniencia impera.
Y también la palabra se ha convertido en arma arrojadiza, que hace enorme daño. Los políticos hacen triste uso de la palabra.
Los que recuperen el valor sagrado de la palabra se pondrán por delante en el camino de regreso a casa, de la evolución. Serán los aguadores del nuevo mundo.
La palabra puede ser instrumento de salvación. Hay que elegir.
El respeto por la palabra es el primer mandamiento en la disciplina por la cual puede educarse a un hombre a la madurez –intelectual emocional y moral.
El respeto por la palabra –emplearla con un cuidado escrupuloso y con un sincero e incorrompible amor a la verdad– es esencial para que pueda darse cualquier crecimiento en una sociedad o en la raza humana.
El mal uso de la palabra es mostrar desprecio por el hombre. Socava los puentes y envenena los pozos. Provoca que el Hombre retroceda en el largo sendero de su evolución.
“Pero en verdad os digo, que cada palabra superflua que un hombre diga…”
Dag Hammarskjöld, 1955 (“Markings”, 1964, publicado cuatro años después de su muerte). Ilustración: “Estrella del héroe”, de Nicholas Roerich, 1936