El ser humano lleva dentro una semilla según aquello de “a imagen y semejanza”.

Las condiciones en la tierra aparentemente no son las idóneas para hacerla crecer.

Largo tiempo esa semilla permanece inerte, sin riego.

Pero el secreto de la existencia es que esa semilla crezca, para ser árbol.


La semilla requiere atención diaria hasta que un día nos podamos olvidar de ella, encarnando en plenitud su esencia.

Alrededor nuestro hay mucho ruido, que se extiende invasor también a nuestro interior.  

Pero la semilla está protegida en su cámara secreta, esperando ser descubierta, alimentada.

Y cuando sea árbol, la semilla nos dará cobijo y dará cobijo al mundo.

¡Hagámosla crecer!

«Cada semilla recibe del árbol que la ha producido los elementos necesarios para poder, una vez plantada en la tierra, crecer y convertirse como su padre, el árbol. En su apariencia externa la semilla es diferente al árbol, pero en el plano sutil lleva en ella grabada la imagen del árbol. Por esto, colocada en unas condiciones favorables (la tierra, la temperatura, el agua y la luz) la semilla llega a ser completamente semejante al árbol.

Este símbolo de la semilla nos permite comprender los versículos del Génesis en donde se relata que Dios creó al hombre «a su imagen y semejanza». El hombre es una semilla que está predestinada a llegar a ser un día como el Árbol cósmico del que ha caído. Por esto toda su actividad debe consistir en acercarse conscientemente a la imagen de su Padre celestial que lleva en él, y vibrar al unísono con Él con el fin de parecérsele.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: Manzanares el real, 2 febrero 2014 (Maribel Rodríguez)