Las estrellas y las constelaciones, en la inmensidad de la noche, nos sugieren otra dimensión.

Nos invitan, como dice AÏvanhov, a ser ciudadanos del cielo.

Desde el cielo, la tierra y sus problemas se relativizan.

Salimos de lo pequeño y lo inmediato, para entrar en lo grande y universal.

Se nos dice: “vuestra alma despliega antenas muy sutiles que le permiten comunicar con las regiones más alejadas”.

Comprendemos entonces otra realidad.

En esas regiones entramos en comunión.

En esas regiones hay silencio, pero también se escucha la música de las esferas.

Con frecuencia un pajarillo nos trae esa música en su trinar matutino, mientras quiere decirnos: “despertad a la maravilla de la vida”.

Cuando el cielo está claro, de noche, deteneos un momento para contemplar las estrellas. Imaginad que dejáis la tierra, sus luchas, sus tragedias y que os convertís en un ciudadano del cielo. Meditad sobre la belleza de las constelaciones y la grandeza de los seres que las habitan…

A medida que se realiza esta ascensión en el espacio, os sentiréis aliviados, liberados, pero sobre todo, descubriréis la paz, una paz que se introducirá poco a poco en todo vuestro ser. Meditando sobre la sabiduría que ha creado el universo, y las criaturas de las que está poblado, sentiréis que vuestra alma despliega antenas muy sutiles que le permiten comunicar con las regiones más alejadas. Estos son momentos sublimes que no podréis olvidar jamás.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Imagen: Stronghold of Tibet, 1932, pintura de Nicholas Roerich