Hoy se nos habla de ahondar en la meditación para trascender la consciencia humana, para desplazarnos progresivamente a la supraconsciencia, que es la Consciencia Crística y Cósmica.

Es cierto que estamos confinados en el cuerpo pero existen los mecanismos para que trascendamos ese confinamiento y nos expandamos por otras regiones.

En esas regiones podemos conocer el sentido de la paz y del equilibrio, de la armonía y del propósito.

Son regiones que están a nuestro alcance si nos limpiamos y renovamos, y si buscamos en nuestro interior.

Por eso tanta la insistencia en acallar el ruido interno y el externo y descubrir ese punto de quietud siempre inalterable y calmado.

Vivir en la consciencia, ese debe ser nuestro reto diario. Lo demás vendrá por añadidura.

El reino de Dios aguarda ser descubierto por aquellas almas que, hallándose confinadas en el cuerpo, ahondan en la meditación para trascender la conciencia humana y alcanzar los estados sucesivamente más elevados de la supraconciencia, la Conciencia Crística y la Conciencia Cósmica. Quienes meditan con profundidad, concentrándose intensamente en el silenco interior (el estado en el que los pensamientos se encuentran neutralizados), retiran su mente de los objetos materiales percibidos a través de la vista, el oído, el gusto y el tacto —es decir, de toda sensación corporal e inquietud mental perturbadora––. En esa concentrada quietud interior, descubren un inefable sentimiento de paz. La paz es la primera vislumbre del reino interior de Dios.

Paramahansa Yogananda, “El yoga de Jesús”, Self Realization Fellowship 2009, p117. Foto: montañas en Bhutan, 16 mayo 2010. Autor: Jorge Tamames