Hablamos hoy de realeza y de esclavitud.

Cada uno de nuestros pensamientos y actos puede fomentar una u otra, o mantenernos en un mundo intermedio, indefinido, tibio.

Se nos sugiere ser dueños de nosotros mismos para orientarnos hacia el camino de la realeza.

¿Puede de nuestro ser emanar la pureza, la curación, la calma?

¿Podemos ser un manantial que fluye, que vivifica?

La mercadotecnia y los medios no abundan en ejemplos de realeza: al contrario, nos invitan a degradarnos. Nos muestran de continuo ejemplos patéticos de lo que podemos llegar a ser.

Curiosamente aceptamos esa invitación envenenada y nos hacemos esclavos largos años. Nosotros mismos ajustamos los grilletes.

Un día el Ser interno se rebela e inicia lentamente el camino hacia la realeza.

En esa magia está ahora una parte de la humanidad.

Generosamente se nos invita a sumarnos.

La idea de realeza se acompaña necesariamente de la idea de dominio. Un monarca que domina a los demás pero que no consigue dominarse a sí mismo, no es un rey en realidad, sino un esclavo. El verdadero rey es aquél que primero ha aprendido a ser dueño de sí mismo. Por lo tanto, sólo aquél que se fija como ideal escapar del dominio de sus tendencias egoístas y controlar, orientar sus pensamientos, sus sentimientos, sus deseos, va por el camino de la realeza. Y en este momento, incluso los espíritus de la naturaleza se inclinan a su paso cuchicheando entre ellos: «He aquí un rey que viene a visitarnos»… y le festejan y se agrupan en torno a él. Porque de todo su ser emana un fluido de una gran pureza, impregnado con influencias curativas, calmantes. Semejante a un manantial que fluye, vivifica a su paso todas las criaturas.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86), Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta.  Foto: niña en las proximidades del Gobi Occidental, Mongolia, 21 junio 2007