Todas las antiguas enseñanzas hablan de dar para recibir: “dando, recibimos”.

Podemos emitir partículas luminosas, radiantes, benéficas, nos dice Aïvanhov.

Pero también pueden ser contaminantes, sucias.


El día y la vida se convierten así en un intercambio donde prevalecen unas u otras.

El que emite pureza recibirá elementos puros, vivificadores. El que contamina se contamina y enferma.

Las reglas son simples y los resultados bien visibles en la expresión, en la mirada…

Unos eligen la luz, otros la oscuridad.

“Camina, hermano mío, hacia el sendero iluminado”, se nos dijo.

«Y ahora, ¿no encontráis asombroso que el sol, que da, irradia y da desde hace miles de años, no se haya agotado? Es porque existe una ley en el amor divino: cuanto más dais, más os llenáis. No hay vacío en el universo. En cuanto se produce un vacío, inmediatamente algo viene a colmarlo. Esta ley actúa en todos los planos. SI lo que dais es luminoso, radiante, benéfico, por la ley de la afinidad que entra también en juego recibís, por otro lado, elementos de la misma calidad, de la misma esencia luminosa y radiante. Pero si emanáis suciedades, inmediatamente después vuestro depósito se llena de suciedades”.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Los esplendores de Tipheret, El sol en la práctica espiritual, tomo 10 de las Obras Completas, página 280, Editorial Prosveta. foto: arbolada en Beckhausen, Alemania, 15 noviembre 2013 (Marco Guardini)