Contamos con información muy precisa de todo lo que nos eleva y también de lo que nos hunde.

Cuando nos elevamos podemos contactar con los mundos superiores, empezando con el nuestro, el alma.

Hay unas leyes muy precisas que son reglas de oro.

Está todo dicho y escrito sobre ellas.


Son la puerta a la libertad, a la liberación en vida, a la realeza en el sentido profundo de esta palabra.

Pero mientras no nos decidamos a seguirlas, seguiremos siendo corcho en el mar en vez de ancla.

El ser humano lleva mucho tiempo en la tierra. Hoy, en el siglo XXI, podemos elegir seguir viviendo en la ignorancia y seguir atascados en la rueda de la vida.

Pero ya no tenemos excusa para seguir dando la espalda a la sabiduría.

Todas las prácticas preconizadas en una enseñanza espiritual tienen la función de preparar a los seres para recibir correctamente las corrientes de los mundos superiores. Pero lo más importante, no son las prácticas en sí; éstas no tienen ningún sentido si no poseen también conocimientos sobre el mundo invisible, sobre los seres que lo habitan, las leyes que lo rigen y las fuerzas que circulan en él.

Y más importante todavía es aprender de qué forma está constituido el ser humano, cuáles son sus órganos, los centros espirituales gracias a los cuales puede entrar en contacto con las regiones luminosas del espacio. Pero incluso esto no es suficiente: es necesario también decidirse a cambiar la manera de vivir y abandonar las actividades que son contradictorias con este saber.

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: padre e hija, Calcuta, febrero 2011