Hoy se nos habla de la fuerza que se desencadena con cada pensamiento y cada acto.
Habla Aïvanhov de los poderes mágicos en los que, en nuestra ignorancia, apenas reparamos.
La magia puede ser blanca o negra en función de la calidad del pensamiento o acción.
Los pensamientos contaminan o construyen. Y a partir de ahí las palabras, los gestos, las miradas…
Son todos ellos instrumentos de unión o desunión, de amor o de odio.
Una luz interior se insinúa en nosotros, pero es vacilante y débil, fugaz.
Puede crecer como una poderosa llama, para irradiar al mundo como el sol.
Ese es el trabajo que tenemos por delante.
Todo acto, por insignificante que sea, incluso un simple gesto, una palabra, un sentimiento, un pensamiento, produce necesariamente efectos positivos o negativos. Podemos pues decir que, en cierta forma, nuestra vida entera está bajo el signo de la magia: todo en ella son influencias, improntas, vibraciones, y basta con eso para entrar en el dominio de la magia. Cada vez que un ser actúa sobre otro, o sobre un objeto, realiza un acto mágico. Y he aquí que la gente mira, habla, piensa, tiene deseos, sentimientos, hace gestos, sin darse cuenta de que todas las corrientes que de esta manera desencadenan, son poderes mágicos. A menudo, en su ignorancia, ponen en acción fuerzas negativas que se vuelven después contra ellos, y cuando son zarandeados, atrapados, mordidos, no comprenden el motivo.
Es importante pues que cada uno aprenda a trabajar con sus pensamientos, sus sentimientos, sus palabras, sus gestos, su mirada, con el fin de que las fuerzas desencadenadas por cada una de sus actividades físicas o psíquicas produzcan únicamente efectos benéficos… Benéficos para él, pero también para todas las demás criaturas en el mundo.»
Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen: anochecer en la carretera Albacete-Madrid, provincia de Toledo, 2 febrero 2014