Nos habla hoy Aïvanhov de la chispa que habita en nosotros, de nuestro espíritu.

Esa chispa, se nos dice, puede iluminar todo nuestro ser y a eso se refiere la expresión espiritualizar la materia.

En esta dimensión terrena nos manifestamos como materia: a través de nuestros pensamientos y acciones podemos o bien espiritualizarla o bien densificarla más y más.


Según pasan los años podemos, como decía Buda, “crecer en kilos como los bueyes o crecer en sabiduría”.

El espíritu ilumina el ser y la vida y esa iluminación plena a la que ya han accedido los Grandes Seres, se nos dice, es posible para todo ser humano.

Cada uno podemos hacernos esta pregunta: ¿Qué es lo que me espiritualiza? ¿Qué es lo que me densifica y embrutece?

Se nos invita, hermosamente, a “derramar las mismas bendiciones que la luz”.

Es, en verdad, un gran privilegio.

«Jesús decía: «Yo soy la luz del mundo.» Pero en el «sermón de la montaña» dijo también a todos los que le seguían: «Sois la luz del mundo». Lo que dijo para sí, lo dijo pues también para nosotros. La luz es el fuego celestial, y si a partir de esta chispa que habita en nosotros, nuestro espíritu, logramos poco a poco iluminar todo nuestro ser, poseeremos los mismos poderes, derramaremos las mismas bendiciones que la luz. De nada sirve decir ser cristiano, discípulo de Cristo, si no se trabaja para realizar lo que Jesús mismo realizó para poder afirmar: «Yo soy la luz del mundo.»

Ahora bien, no cualquiera puede pretender decir: «Yo soy la luz del mundo»; si no ha hecho previamente el trabajo que le hace digno de pronunciar estas palabras, se expone a grandes peligros. En efecto, muchos a los que llaman locos poseen indudablemente una intuición de su verdadera naturaleza divina; pero no basta con tener esta intuición y proclamarla, es necesario realizarla, y mientras tanto, continuar siendo humildes y trabajar.»

Omraam Mikhaël Aïvanhov (1900-86). Pensamientos cotidianos, Editorial Prosveta. Imagen, amanecer, Tiangboche, Nepal, 22 mayo 2004{jcomments on}