Nos habla hoy Aïvanhov de añadir luz a nuestros cuerpos sutiles.

Podemos añadir nuestra deshonestidad y oscuridad a las que ya abundan en el mundo, o podemos participar, se nos dice, en una empresa celeste.

La empresa celeste busca unir en vez de separar, amar en vez de odiar, servir en vez de exigir servicio.

Busca la mayor integración y fraternidad entre los hombres, como paso previo a ese Reino del que se nos habla.

Se nos invita pues a ese trabajo gigantesco, noble, divino.

Es una invitación maravillosa, que no debemos ignorar por más tiempo.

Porque cada día que estamos en ese trabajo, nos acercamos a la Divinidad.

El ser humano, correoso y orgulloso, tropieza una y otra vez en la misma piedra.

Hasta que un día descubre la empresa celeste y, efectivamente, empieza a añadir cada día partículas de luz a sus cuerpos sutiles.

Es una vocación del hombre la de participar en el trabajo de Dios. Jesús decía: «Mi Padre Celeste trabaja, y yo trabajo con Él.» Y nosotros también podemos participar en este trabajo para que el Reino de Dios se realice en la tierra. Que esta realización esté próxima o lejana, no debe importarnos mucho. Lo que debe importar, es que en el momento en que participamos en ese trabajo gigantesco, noble, divino, que ponemos en ello todas nuestras fuerzas y energías, estamos acercándonos a la Divinidad.

Es muy importante saber con que fin queremos trabajar, en donde ponemos esas energías. Los que participan en empresas deshonestas, se impregnan, sin saberlo, de impurezas que remueven y acaban por destruirles. Mientras que los que participan en una empresa celeste, añaden cada día partículas de luz a sus cuerpos sutiles. Quienes trabajan para el Reino de Dios, es en ellos en donde empieza a instalarlo.

Omraam Mikhäel Aïvanhov (1900-86),  “Pensamientos cotidianos”, Editorial Prosveta. Imagen: mujer en Shantiniketan, India, 5 febrero 2012, foto de Olga María Diego<http://www.OMDphotography.com>